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Pastoral de la

Salud

Pastoral de la salud es presencia y acción de un ministerio eclesial de relación de ayuda, específico, entusiasta, encarnado, capacitado, iluminativo, celebrativo, creativo y organizado, inspirado por el Espíritu Santo, realizado en nombre del Señor Jesús, buen samaritano y Salvador, que expresa el amor misericordioso del Padre.
Significado
Atendiendo al necesitado

Es un Ministerio llevado a cabo desde la fe por el anuncio y testimonio de toda la comunidad cristiana (específicamente, por el obispo, sacerdote, diácono, religioso/a, ministro de la comunión, agente de pastoral, profesional cristiano de la salud y por el mismo enfermo), apoyándose en los auxilios de la gracia divina que son dados en la praxis sacramental, en la escucha de la Palabra revelada, en la vida de oración, en el diálogo pastoral… 

Tiene como objeto ofertar salud-salvación: asistencia, curación, sanación, humanización, reconciliación, iluminación, sentido vital, crecimiento humano y salvación. 

Realiza su misión en el encuentro con el enfermo y su familia (dimensión solidaria), con los profesionales y estructuras de salud (dimensión política-institucional), y con los sanos para potenciar una cultura más sensible frente al dolor, sufrimiento, discapacidad, agonía, muerte y duelo, propiciando la prevención y promoción de la salud y la defensa de la vida (dimensión comunitaria). 

Todos los cristianos, participando en la solicitud y el amor de Cristo y de la Iglesia hacia los que sufren, deben preocuparse con gran esmero de los enfermos y, según cada caso, visitarlos, confortarlos en el Señor y ayudarlos fraternalmente en sus necesidades. 

Pero de modo especial los párrocos y cuantos atienden a los enfermos traten de decirles palabras de fe, con las que puedan descubrir la significación de la enfermedad humana dentro del misterio de salvación; más aún, procuren exhortarles de forma que, iluminados por la fe, sepan unirse a Cristo doliente, y en último término, lleguen a santificar su enfermedad con la oración que les dará fuerzas para sobrellevar sus dolores. 

Procuren llevar gradualmente a los enfermos, según sea su estado, hacia una participación viva y frecuente de los sacramentos de Penitencia y Eucaristía y, sobre todo, hacia la recepción de la Unción y del Viático a su debido tiempo. 

Conviene que los enfermos, bien sea solos, bien con sus familiares o con los que les atienden, sean conducidos a la oración, tomándola primordialmente de la Sagrada Escritura, meditando aquellos pasajes que iluminan el misterio de la enfermedad humana en Cristo y en su obra, o también, tomando de los salmos y de otros textos fórmulas y sentimientos de súplica. Para lograr esto, ayúdenlos con los medios necesarios; más aún, procuren los sacerdotes orar algunas veces con los mismos enfermos. 

En su visita a los enfermos, el sacerdote, sirviéndose de los elementos más apropiados, y preparándola en fraterna conversación con el enfermo, podrá componer una plegaria común a modo de breve celebración de la palabra de Dios. Acompañe a la lectura de la Biblia una plegaria tomada de los salmos, de otros textos oracionales o de las letanías; al final, bendiga al enfermo, imponiéndole las manos si le parece oportuno. 

(Ritual de la Unción de Enfermos 87-90) 

Conviene que quienes están impedidos de asistir a la Celebración Eucarística de la comunidad se alimenten asiduamente con la Eucaristía, para que así se sientan unidos no solamente al sacrificio del Señor, momento central de la vida cristiana, sino también a la comunidad y sostenidos por el amor de los hermanos. En efecto, es muy oportuno que, precisamente los que se encuentran en esta situación, sientan la cercanía de su comunidad y vivan su pertenencia a la Iglesia. Reciben la Comunión Sacramental porque están en comunión viva con la Iglesia. Se les lleva el Cuerpo «eucarístico» de Cristo porque siguen perteneciendo al cuerpo «eclesial» de Cristo. 

Los pastores deben procurar que los enfermos y ancianos tengan facilidades para recibir la Eucaristía frecuentemente. Cabe señalar que el día más adecuado es precisamente el domingo, día en que toda la Iglesia se reúne para celebrarla y día en que la Iglesia debe manifestar ostensiblemente su caridad para con ellos. Además, es el día que señala más la vida cristiana de estas personas, enfermas o ancianas, impedidas de acudir a la convocatoria dominical ofreciéndoles a la consideración y a la participación el misterio salvador de Cristo. En muchísimos casos, además, los enfermos e impedidos suelen unirse, a su modo, a la Celebración Eucarística siguiendo atenta y devotamente la Misa por diversos medios de comunicación social. 

La Comunión eucarística que se les lleva es la mejor expresión de la comunión eclesial que no se debe romper ni debilitar por el alejamiento físico de la asamblea dominical. 

El celo pastoral debe buscar incansablemente el bien de todos estos miembros de la comunidad que no acuden a la asamblea, precisamente, por ser los más débiles. Con tacto pedagógico y con prudencia debemos adelantarnos ofreciéndoles la oportunidad de recibir la Sagrada Comunión, porque puede suceder que personas que han estado comulgando toda la vida no den el primer paso por miedo a incomodar al sacerdote. 

Los momentos de dolor, debilidad y soledad, que experimentan muchos enfermos o ancianos en su vida, son una participación muy especial en el sufrimiento pascual de Cristo. Por eso, sin ser un sacramento específico de la enfermedad, la Eucaristía tiene estrecha relación con ella. Primero, porque el enfermo, que ya vive en la fe la incorporación de su enfermedad a la pasión de Cristo, puede tener el deseo de celebrarla sacramentalmente. En segundo lugar, porque la Eucaristía servirá para descubrir al enfermo, tentado de encerrarse en sí mismo, el sentido de comunión total con Dios y los hombres que Cristo da a la vida. Y, en definitiva, porque el Misterio Pascual de Jesucristo, del que sacramentalmente se participa por la Comunión eucarística, es el tránsito de la pasión a la resurrección, de las tinieblas a la luz, de la muerte a la vida, que va reproduciéndose en cada uno de los cristianos desde el momento de su Bautismo. 

El enfermo que recibe la Eucaristía de la celebración dominical se reencuentra semanalmente con Jesucristo que se hace presente en su dolor; experimenta, así, el poder de su resurrección que va transformando poco a poco su existencia y le permite «completar en su carne lo que falta a la Pasión de Cristo, a favor de su cuerpo, que es la Iglesia» (Col 1, 24); y recibe, además, el consuelo de considerarse «coheredero con Cristo, pues el compartir sus sufrimientos es señal de que compartiremos su gloria» (Rom 8,17). 

Recibir la Comunión, que se les envía, puede ser para los enfermos e impedidos no sólo ocasión de gozo y consuelo para su fe, sino también la ocasión para que, sintiéndose miembros de la comunidad cristiana, ofrezcan su dolor por las intenciones de todos. Es su forma de evangelizar y contribuir a la edificación de la Iglesia. Sin discursos ni gran actividad tienen este modo de enriquecer a sus hermanos con su testimonio de participación en la Pasión de Cristo y con el ofrecimiento de su dolor por el mismo fin que lo ofreció Cristo: para la salvación de todos. 

(Ritual y Directorio Litúrgico-Pastoral para los Ministros Extraordinarios de la Comunión de la Provincia de Granada, 17) 

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